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Carl Theodor Dreyer : El rostro que conmovió al mundo

La pasión de Juana de Arco (La passion de Jeanne d’Arc,1928) es la última gran película muda de la historia del cine. Carl Theodor Dreyer creó desde la absoluta artesanía y precisión una de las más grandes obras de arte. Pese a no ser la última película muda, resulta insuperable en muchos factores, ya sean técnicos como de interpretación. Marca el paso al cine clásico hollywoodiense, sin dejar de ser una llamada de atención a aquellos que empezaban a dudar del cine mudo ante la invasión del cine sonoro.

Si en las primeras películas de Dreyer el Kammerspielfilm (o cine teatral) constituye un elemento principal; en su gran film por excelencia, La pasión de Juana de Arco, lo trascendental junto al expresionismo se disputan el control de esta técnica. La influencia del expresionismo alemán aparece sobre todo en un escenario surrealista inspirado en “El libro de las maravillas” y sus ilustraciones, en las que los edificios y los decorados tienen un tamaño menor al de los personajes. De esta forma Carl Theodor Dreyer engrandece a sus protagonistas, no solo a través de los primeros planos sino también combinándolos con los escenarios. Así consigue elevar la figura de Juana de Arco y a su vez dar un toque de imponencia a los jueces y guardias. El expresionismo también se muestra en la grabación desde ángulos oblicuos, cerrados y desconcertantes y en el uso que realiza del claroscuro.

No hay que olvidarse de la importancia de lo trascendental en la película, que no queda totalmente eclipsado por el expresionismo. Dreyer consigue lo que llama un “misticismo hecho realidad”, consigue que la vocación y la fe por Dios sea un elemento palpable durante toda la película, visible constantemente en los ojos llorosos de Maria Falconetti. El estilo, empleado tanto en los decorados, como en los planos, el atrezo y la actuación de los personajes, sirve para que el alma se manifieste a través de él. Esto, según Dreyer, constituye la vía que dispone el artista para expresar su percepción de la materia.  El director danés tampoco se desata de la técnica del Kammerspielfilm, las propias sobreactuaciones y los escenarios interiores cerrados conforman el dispositivo teatral típico de esta técnica. Tampoco debemos obviar que la última escena se produce en un escenario exterior con imágenes brutales, donde el simbolismo (la figura de la paloma representando al espíritu santo) cobra más protagonismo.

Pero analizar esta obra desde un punto simplemente técnico o artístico no es suficiente. La pasión de Juana de Arco sigue emocionando al público noventa años después de su creación. Este film esconde un poder que primero nos atrae, nos engancha delante de la pantalla, nos sacude y finalmente nos emociona y conmueve. El espectador mantiene un diálogo cara a cara con Maria Falconetti. Siente sus miedos, comprende sus preocupaciones, se frustra, se siente impotente y, en muchas ocasiones, derrama junto a ella un mar de lágrimas. Se produce una absoluta identificación con el personaje a causa de una naturalidad interpretativa que penetra en nuestro cuerpo durante los cien minutos del film. No solamente conmueve a espectadores sino que también asombra a cineastas como Godard, incapaz de no rendir homenaje a esta gran obra.

Carl Theodor Dreyer ha sido criticado por mantener cierta lejanía respecto a los actores, por dejarlos que actúen con naturalidad sin dar demasiadas indicaciones. Sin esta peculiar forma de dirigir, La pasión de Juana de Arco no alcanzaría el adjetivo de obra maestra. Dreyer, al mantenerse distante con su actores, los deja perdidos, con un rol que no saben por dónde abordar. Algo que a simple vista puede parecer caótico, impulsa una interpretación que rebosa de naturalidad. Los actores no tienen más remedio que identificarse con los personajes y actuar como ellos crean, pero sin dejar de convencer al público y al director. Tienen la libertad de decidir de qué forma se comportarán sus personajes, pueden ser ellos mismos, pueden comportarse con plena naturalidad. Por esa razón podemos decir sin miedo que Maria Falconetti no interpreta a Juana de Arco; ella es Juana de Arco. También es cierto que el distanciamiento que mantiene Dreyer respecto a sus actores le hace llegar a olvidar el factor humano y llegar a los límites de la crueldad. En la memorable escena en la que a Juana de Arco le rapan por completo la cabeza, Maria Falconetti llora de verdad, no son lágrimas de cocodrilo. Falconetti desconocía por completo que le iban a rapar la cabeza; se enteró el mismo día del rodaje de la escena.

Carl Theodor Dreyer es el mejor director danés de la historia del cine. Lo demostró con grandes joyas como Vampyr, Ordet, Dies Irae o Gertrud. Pero sin duda, la película con más potencia emotiva que realizó es La pasión de Juana de Arco. Película recuperada milagrosamente hace pocos años de un manicomio noruego.
Normalmente se reduce la grandeza de este film considerado la última gran película muda, al hecho de ser un largometraje formado a partir de primeros planos que constituyen más de un 60% de la obra; a la magnífica actuación de Maria Falconetti por la que Dreyer apostó, a la que le quitó todo tipo de cosméticos y decidió  maquillar con la luz; al ser una película fruto del azar, ya que el biopic del personaje se eligió en un sorteo; al estricto resumen que realiza Dreyer de los 29 interrogatorios a los que fue sometida Juana de Arco en uno solo compuesto; a la fotografía de un joven Rudolph Maté o a la compleja sensación de abstracción que consigue Dreyer con su película.

Si a todo esto sumas la combinación de los tres estilos principales que desarrolla en todas sus películas (el Kammerspielfilm, el expresionismo y lo trascendental) junto a su concepción de escenarios en exteriores; la grandeza de La pasión de Juana de Arco resulta imposible de resumir.

Pocas películas tienen un poder tan grande como La pasión de Juana de Arco. Escasas logran llevar la interpretación a la máxima solemnidad. Pero solo una consigue conmovernos con tanta fuerza a través de los años.


Imágenes de La Passion de Jeanne d’Arc de Carl Theodor Dreyer

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