Una vida en tres días (Labor Day, Jason Reitman, 2013) supone, hasta la fecha, el mayor cambio de registro de la carrera de su director. Reitman abandona el ácido sentido del humor de sus anteriores películas para abordar de lleno un drama con una gran carga romántica en su seno.
Este cambio no resultaría tan brusco de no ser por la decisión del cineasta de adentrarse en el terreno del más puro melodrama, lo que podría catalogarse como el extremo opuesto al tono sarcástico del resto de su filmografía. Para ser sinceros, hay que admitir que, para un cineasta, la tarea de afrontar una historia desde una perspectiva distinta a aquella con la cual está normalmente acostumbrado a trabajar resulta una tarea compleja, y más aún si se trata del caso de un guionista-director. Sin embargo, y pese a que gran parte de los filmes de Reitman albergan una potencia dramática que dista de la comicidad con la que retrata a la mayoría de sus protagonistas (el desolador tramo final de Up in the air (2009) contrasta maravillosamente con el estilo políticamente incorrecto del resto del largometraje implementado en el personaje de George Clooney), la realidad es que uno sale de la proyección de Una vida en tres días con la sensación de que ha asistido a un relato desaprovechado, de que su director no debía haberse apartado de la senda que tan buenos resultados le había dado hasta ahora.
El film narra los cinco días (en esto la traducción española del título inglés peca de incomprensión, amén de cursilería) que dura la intrusión de un fugitivo en el hogar de una madre y su hijo, y cómo poco a poco la especie de secuestro que pone en marcha el primero se convierte en una convivencia casi familiar entre los tres, comenzando un romance con la madre y convirtiéndose en un referente paterno para el pequeño, mientras que intenta permanecer oculto de los agentes de policía que lo buscan sin descanso. Con semejante premisa tan sentimental es inevitable no prever por dónde van a ir los tiros, y desafortunadamente estas expectativas se cumplen. De la misma forma, es bastante frustrante comprobar cómo la película quiere abarcar demasiados temas y se queda a medias en el tratamiento de aquellos que realmente darían poder a la narración. Da la impresión de que Una vida en tres días comienza con la voluntad de ser un relato de madurez centrado en el personaje del adolescente debido a esa voz en off que nos introduce en la historia, pero se equivoca al no profundizar lo suficiente en ello y acaba por dar prioridad al apartado romántico, probablemente porque el atractivo principal de la película se basa en ese amor imposible fraguado a cámara lenta y a contraluz entre los dos adultos protagonistas.
Precisamente, la potencia dramática del film no procede tanto de la siempre perfecta Kate Winslet, cuya actuación recuerda constantemente a aquella otra que bordó en la perversa Juegos secretos (Little children, Todd Field, 2006) por la forma en la que reflejaba en aquella el aislamiento y la impotencia que sentía frente a su entorno, como del personaje de Josh Brolin. El actor trabaja en esta película en terreno seguro como ya demostró en su impasible tejano de No es país para viejos (No country for old men, Joel & Ethan Coen, 2007), haciendo suyo un papel que requiere de un registro actoral comedido aunque decidido, y a través del cual consigue otorgar la verosimilitud necesaria a ciertas secuencias que parecen directamente sacadas de una novela de Danielle Steel. Si se piensa bien, una de las grandes bazas del film es la empatía que consigue sentir el espectador por unos personajes psicológicamente disfuncionales puesto que, al fin y al cabo, se nos está contando una historia de amor entre una agorafóbica introvertida y un criminal en fuga que, de leerse entre líneas, se traduce en un perfecto síndrome de Estocolmo.
Pese a no llegar a las dos horas de duración, en ocasiones la reiteración de situaciones tensas y de sentimientos contradictorios en la película puede cansar al espectador, quien llega a pensar si realmente el director tiene algo más que contarle a parte de lo doloroso que puede ser un amor destinado a la tragedia. Es aquí donde surge la gran duda de las aspiraciones de Reitman sobre su largometraje. ¿Merece tal drama intimista, cuyos dos tercios se desarrollan en el interior de una casa, una factura cinematográfica antes que una televisiva? Sí, si el cineasta como mente pensante es capaz de plasmar en su película ese algo que ofrezca una calidad superior al film y dignifique su exhibición en salas.
Sin embargo, también hay que tener en cuenta que, al igual que sucede con el cine de Alexander Payne (por poner un ejemplo reciente con su magnífica última obra Nebraska (2013), la fuerza del cine de Reitman reside en sus personajes, por lo que el tono con el que enfoca sus vidas, ya sea cómico, trágico, satírico o melodramático, es independiente de lo bueno que sea el producto final. Young adult (Jason Reitman, 2011) no era lo que se dice una película notable, pero la inmadura treintañera interpretada por Charlize Theron desprendía una frescura y un carisma inigualable. Lo mismo sucede con Una vida en tres días, que a pesar de resumirse como una obra menor de su director, pone en escena un trío protagonista que de haberse tratado con mayor profundidad, hubiese dado lugar a un mejor resultado.
JUAN PRIETO
Ficha Técnica
Título original: Labor Day
Año: 2013
Duración: 111 min.
País: Estados Unidos
Director: Jason Reitman
Guión: Jason Reitman (Novela: Joyce Maynard)
Música: Rolfe Kent
Fotografía: Eric Steelberg
Reparto: Kate Winslet, Josh Brolin, Gattlin Griffith, Tobey Maguire, James Van Der Beek, Clark Gregg, Maika Monroe
Productora: Paramount Pictures / Indian Paintbrush / Mr. Mudd / Right of Way Films
Género: Romance,Drama,Intriga
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